A lo largo de mi vida he escuchado predicaciones que no me han edificado en nada. Está el que siempre predicaba de su familia. Todos conocíamos sus anécdotas y chistes que debían quedar sólo en casa. Está el que siempre Dios -decía él- le daba revelaciones en sueños. Está el otro que se jactaba de sus viajes al extranjero y las personas “importantes” que conocía. Está también el que siempre lloraba sin razón alguna y el otro que con gritos “exhortaba” a los fieles. Los fantasiosos y especuladores también tienen su lugar en esta lista. Y algunos alardeaban que era el Espíritu quien hablaba por ellos. Puedo poner más ejemplos, pero suficiente con los que he mencionado.
Sí, también he escuchado a predicadores fieles a la Palabra, y yo no quería perderme ningún sermón. A leguas se notaba que habían pasado horas estudiando el texto bíblico y considerando los contextos. Además, vinculaban pastoralmente el tema o pasaje bíblico con la realidad de los fieles. Es de resaltar que cuando el apóstol Pablo escribe a Timoteo le pide que lo visite y lleve su capa, los rollos y los pergaminos (2 Tim 4:13). Los rollos pueden referirse a cualquier tipo de libros, lo que incluye algún o algunos libros del Antiguo Testamento, y los pergaminos serían hoy cuadernos para escribir. Pablo estudiando y escribiendo hasta el final. ¡Gran ejemplo para los predicadores de la Palabra!